¡Ay, la adolescencia! Bendita y tormentosa etapa, no sólo para nuestros hijos, sino también para nosotras. La relación que tenemos con nuestros adolescentes da un giro de 180° y pareciera que no los conocemos, porque sus actitudes y formas de percibir la vida son diferentes.
Seamos sinceras, todas pasamos por esa etapa y ahora entendemos a nuestras madres cuando se desesperaban porque no les hacíamos caso, pero la realidad es que, según las conclusiones de una investigación de la Stanford School of Medicine, el cerebro de los jóvenes se desconecta de la voz materna a partir de los 13 años.
Desde esa edad, nuestros hijos e hijas comienzan a no hacer caso a lo que decimos. Ya no son aquellos bebés que nos obedecían; ahora son unos jóvenes que piensan por sí mismos y están descubriendo el mundo. Se creen adultos, pero aún no lo son y a veces tienen actitudes infantiles.

El estudio arrojó que una de las razones por las cuales existe esta desconexión se relaciona con el interés que tienen los jóvenes hacia otras cuestiones, un tanto más sociales. Pero es importante entender esta transición como el proceso de madurez por el que todos atravesamos.
En este proceso es normal que le hagan más caso a lo que dice el amigo que a los consejos de mamá. ¿Por qué? Porque para su cerebro las voces son totalmente diferentes y dota de una mayor carga emocional a la primera que a la segunda, dejando lo que dice la madre en segundo plano y priorizando los consejos de su igual.
El cerebro es muy influenciable y muy moldeable y la necesidad de nuestros adolescente de pertenecer los hará olvidar que antes la voz de mamá era lo más importante para ellos. Y aunque para nosotros puede ser doloroso y frustrante ver cómo nuestros pequeños crecen y se apartan, debemos entender que forma parte de la naturaleza humana.
Lo único que podremos hacer es confiar en que los valores y la educación que les dimos serán mayor que su necesidad de aceptación. Así mismo, es importante que nosotras, como madres, entendamos que ya no son pequeños y que ya son capaces de enfrentarse al mundo y superar los obstáculos que se les presenten.
Además, debemos apelar a la comunicación y nunca dejarlos solos, lo que no quiere decir sobreprotegerlos. Crecer y madurar es parte de la vida y aunque quisiéramos entenderlos para saber cómo actuar, no es tan fácil como parece. Siempre estaremos para ellos, pero hay que dejar que vuelen.
Fuente: